"De niño escuché esta historia. Siempre aparece en las conversaciones acá", dice el autor, Roberto Cano, juez de Policía Lo...
"De
niño escuché esta historia. Siempre aparece en las conversaciones acá",
dice el autor, Roberto Cano, juez de Policía Local.
E
n el libro de contabilidad de su panadería, que confirmaba que desde
hacía tiempo los números no cuadraban, Luis Avelino Sandoval Troncoso
escribió una carta de despedida: “Ya nada puedo hacer. Traté de pagar
las deudas trabajando sin descanso, pero es inútil.
Cobranzas de deudas,
impuestos y toda clase de dificultades en la panadería me impiden
cumplir”.
Vivía con su segunda
mujer, Ema, y con las tres hijas que tuvo con ella, de entre 4 y 8 años,
en una vetusta casa de un piso en Comercio 1068, en Río Bueno, al lado
de su local.
En la casa vecina vivían con una tía los tres hijos, de
entre 14 y 11, que tuvo con su primera mujer, Clementina, quien murió de
leucemia en Valparaíso.
Cuando
comenzó a llenar esas hojas con letras en vez de números, el panadero
casi había terminado lo que el pueblo de la Región de Los Ríos
recordaría siempre.
Primero mató a
Ema y a sus tres hijas. Les había dado un somnífero que impidió que
pudieran despertar. Luego fue llamando uno a uno a sus hijos y también
los mató.
Un hacha de mano fue su arma. Una vez terminada la carta, el
panadero de 43 años se colgó con una cuerda desde una viga. Era el 15 de
julio de 1963.
Guido Mansilla, en
esa época corresponsal del diario “El Correo de Valdivia” en Río Bueno,
recuerda que Luis Avelino escribió que le dolía el corazón cuando no
podía comprarles algo a sus hijos. “Explicó que tomó la determinación
porque pensó que así no tendrían que sufrir por su fracaso”, recuerda.
Si el panadero se mataba y los dejaba vivos, no tendrían dónde ir ni qué
comer.
El pueblo, que en esa época
trataba de reponerse del terremoto del 60, se volcó al cementerio
durante los funerales y los periodistas se juntaban en el Café Lucerna.
Ocho muertos en una sola noche y en la misma casa impactan a cualquiera.
Roberto Cano, juez de Policía
Local de Río Bueno, tenía seis años en ese tiempo y escribió un libro
que se llama “La peor de todas las noches”, cuyo lanzamiento estaba
fijado para este miércoles, en la tumba de la familia del panadero, en
el cementerio del pueblo.
“De niño
escuché esta historia. Siempre aparece en las conversaciones acá. Hasta
que me puse a buscar en el expediente judicial”, cuenta. En ese
expediente también están las cartas que el panadero le enviaba a su
mujer enferma. “Lo muestran como muy enamorado y amoroso”, cuenta.
Cano escribió en las noches, después de su trabajo. “Muchas veces no pude seguir, porque me ponía a llorar”, admite.
LUN
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